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Acto III, Escena II
Antonio y los ciudadanos.
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ANTONIO: Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención. Vengo á sepultar á César, no á ensalzarlo. El mal que los hombres hacen les sobrevive: el bien es á menudo enterrado con sus huesos. Sea también así con César. El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si tal ha sido, su falta fué muy grave, y la habrá pagado terriblemente. Ahora, con permiso de Bruto y los demás (porque Bruto es un hombre honorable, y honorables son todos ellos, todos) vengo á hablar en el funeral de César.—Amigo mío era, leal y justo para mí; pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honorable. Muchos cautivos trajo á Roma, y con sus rescates llenó las arcas públicas. ¿Pareció esto ambicioso en César? Las lágrimas de los pobres hacían llorar á César, y la ambición debería ser de índole más dura. Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso; y Bruto es un hombre honorable. Todos habéis visto cómo en la fiesta Lupercalia le presenté tres veces una corona real y cómo la rehusó tres veces. ¿Era esto ambición? Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso, y por cierto que él es un hombre honorable. No hablo para reprobar lo que habló Bruto; pero estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis un día y no fué sin motivo. ¿Qué causa os retiene, pues, para no llevar luto por él? ¡Oh discernimiento! Has ido á albergarte en los animales inferiores y los hombres han perdido la razón! Toleradme; porque mi corazón está allí en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que vuelva á mí.