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Acto III, Escena III
Fray Lorenzo, Romeo y la Nodriza.
Romeo saca el puñal.
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FRAY LORENZO: Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, pero tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrío. Horror me causas. Juro por mi santo hábito que yo te habia creído de voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado á Teobaldo! Y matar ademas á la dama que sólo vive por ti. Dime, ¿por qué maldices de tu linaje, y del cielo y de la tierra? Todo lo vas á perder en un momento, y á deshonrar tu nombre y tu familia, y tu amor y tu juicio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo empleas en realzar tu persona, tu amor y tu ingenio. Ese tu noble apetito es figura de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío, y profanacion de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce daba á tu amor y á tu fortuna, es el que ciega y descamina á tus demás potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene, y perece víctima de su propia defensa. ¡Alienta, Romeo! Acuérdate que vive Julieta, por quien hace un momento hubieras dado la vida. Este es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y le mataste tú. Hé aquí otro consuelo. La ley te condenaba á muerte, y la sentencia se conmutó en destierro. Otro consuelo más. Caen sobre tí las bendiciones del cielo, y tú, como mujer liviana, recibes de mal rostro á la dicha que llama á tus puertas. Nunca favorece Dios á los ingratos. Vete á ver á tu esposa: sube por la escala, como lo dejamos convenido. Consuélala, y huye de su lado antes que amanezca. Irás á Mántua, y allí permanecerás, hasta que se pueda divulgar tu casamiento, hechas las paces entre vuestras familias y aplacada la indignacion del Príncipe. Entonces volverás, mil veces más alegre que triste te vas ahora. Véte, nodriza. Mil recuerdos á tu ama. Haz que todos se recojan presto, lo cual será fácil por el disgusto de hoy. Dila que allá va Romeo.