JASON in «Medea»

    Acto III

    Jasón, Medea y el coro. 

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    JASÓN: ¡Preciso es, á lo que parece, que no sea yo inhábil para hablar, sino que, como un prudente conductor de nave, sepa plegar las velas para escapar, oh mujer, á tu elocuencia desen­frenada! Ya que exageras hasta lo increíble tus beneficios, sabe que, á mi entender, fué sólo Cipris, entre los Dioses y los hombres, quien me dió una feliz navegación. Sutil, en verdad, es tu ingenio, y resultaría para ti un relato enojoso si te dijera cómo Eros, con ayuda de sus flechas inevitables, te obligó á salvarme. Pero no insistiré por demás acerca de esto. En cuanto á la ayuda que me has prestado, no es falso lo que afirmas, aunque, á cambio de mi salvación, has disfrutado de beneficios mayores que los que yo he recibido de ti, como voy á probarlo. Por lo pronto habitas en la tierra de la Hélade en lugar de un suelo bárbaro, y has conocido la justicia y la pro­tección de las leyes en lugar de la violencia. Todos los helenos reconocen tu inteligencia, y has adquirido gloria; si habitaras en los límites extremos de la tierra, en ninguna parte se ha­bría hablado de ti. ¡Que no haya oro en mis moradas, ni canto más hermoso que el de Orfeo, si eso no constituye una fortuna ilustre! He dicho lo que he hecho por ti, ya que tú has suscitado este combate de palabras. En cuanto á las bodas reales que me reprochas, empezaré por probar que á este res­pecto he sido prudente y moderado, y finalmente, que me he portado como un verdadero amigo contigo y con mis hijos. Pero estate tranquila. Cuando vine aquí desde la tierra de Iolcos, trayendo conmigo innúmeras molestias enfadosas, ¿qué destino más dichoso podía hallar que casarme con la hija de un rey, puesto que estaba desterrado? No lo hice, como me censuras, porque mi unión contigo me resultara odiosa, ni porque estuviese herido de deseo hacia una nueva esposa, ni por ambición de numerosa posteridad—los hijos que me han nacido me bastan, y no me quejo—, sino por vivir en el bien­estar, lo cual es preferible, sin sufrir la indigencia, pues sé que al pobre le evitan todos sus amigos, y por educar á mis hijos de una manera digna de mi familia. Y si engendrara hermanos de los hijos que me han nacido de ti, seria para po­nerlos al mismo nivel á todos, unirlos en una sola familia, y vivir dichoso. ¿Qué necesidad tienes tú de hijos, en efecto? Y yo estoy interesado en que á mis hijos vivos lea ayuden mis hijos futuros. ¿Es esto pensar mal? No lo dirías si no te ulce­raran estas bodas. Las mujeres sois así: mientras está á salvo vuestro lecho, creéis poseerlo todo; pero si sobreviene algún accidente á vuestro lecho nupcial, tomáis odio á lo mejor y más hermoso. Convendría que los hombres pudiesen engen­drar hijos por otro medio, y que la raza de las mujeres no exis­tiese. Así no sufrirían los hombres mal alguno.

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