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Acto IV
Admeto con el coro.
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ADMETO: Amigos, creo que el destino de mi mujer es más feliz que el mío, aunque no lo parezca. Porque en lo sucesivo no la alcanzará ningún dolor, y ya está redimida gloriosamente de muchas miserias; ¡pero yo, que no debía vivir, arrastraré una vida lamentable, tras de pasar el momento fatal! ¿Cómo tendré valor para entrar en estas moradas? ¿A quién hablar? ¿Quién me hablará? ¿Cómo sostendré de nuevo dulces entrevistas? ¿Adónde volverme? ¡Me ahuyentará la soledad de las moradas, cuando vea yo el lecho desierto de la esposa y los tronos donde ella se sentaba, y el piso sucio debajo de los techos! Y mis hijos, prosternados á mis rodillas, llorarán á su madre, y también los servidores llorarán en la morada á la señora. Así estará la casa; y por fuera me atormentarán las bodas de los tesalianos y las numerosas asambleas de mujeres, ¡y no tendré valor para mirar á las que tienen la misma edad que mi mujer! Dirá de mí cada enemigo mío: «¡He aquí al que sufre la vergüenza de vivir, y no se ha atrevido á morir, y por cobardía ha entregado su esposa á la muerte! ¡Y no obstante, se cree un hombre! ¡Y odia á sus padres, cuando no ha querido morir él mismo!» Aparte de mis males, tendré esa fama. ¿Por qué, pues, he de anhelar vivir, amigos, afligido por una mala fama y una mala fortuna?