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Acto III
Prometeo con el coro
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PROMETEO:
No atribuyáis a hastío ni a soberbia
Este silencio mío. Los pesares,
La ingrata afrenta, el corazón me muerden.
¿No me deben su imperio y su grandeza
Esas nuevas deidades? Pero callo,
Pues que ya lo sabéis. Deciros quiero
Cómo al hombre ignorante he conducido
A prudencia y razón. Ojos tenían,
Pero sin ver; oyendo, no escuchaban;
A las sombras, de un sueño semejantes,
Siempre al acaso obraban. Ni en el suelo
Con ladrillo o con piedra construían
Sus fábricas; moraban so la tierra,
Escondidos en antros tenebrosos,
Cual ágiles hormigas. Del invierno,
Primavera florida, o del estío
Frugífero, las señas no alcanzaban.
Todo les era igual. Mas yo enseñeles
A distinguir el orto y el ocaso
De las estrellas; inventé los números,
Arte divina; les mostré las letras,
Y la memoria, madre de las musas,
Su mente iluminó. Sujeté al yugo
Las bestias, que el trabajo de los hombres
Mucho aliviaron; antepuse al carro
Frenígeros corceles, de pomposo
Ornamento arreados. Lancé al ponto
Las velívolas naves con remeros.
¡Yo, que inventé las artes para el hombre,
No encuentro hoy arte alguna que me salve!
[...] Si oyéndome seguís, han de admiraros
Mis artes, invenciones, beneficios.
Antes de mí, no la dolencia hallaba
Medicina; mas yo enseñé a los hombres
De muchas plantas la virtud salubre.
De la adivinación diles la ciencia,
Interpreté los sueños el primero,
Y las voces obscuras; del camino,
Los fatales encuentros; de las aves
De aduncas uñas el volar siniestro,
O a la diestra volar, y sus costumbres,
Odios y amores. Y de sus entrañas,
La forma y el color, y cómo aceptos
Son a los dioses hígados y hieles,
Y lomos y grosura. Los presagios
Del cielo declaré, velados antes.
¿Quién primero que yo, bajo la tierra,
Descubrió el bronce, hierro, plata y oro,
Riqueza que ignoraban los mortales?
Oídlo en suma: cuantas artes tienen,
Al solo Prometeo las debieron.
[...] Mas la Parca quiere
Que sólo tras innúmeras miserias
Esta lazada quiebre, y contra el Hado
No hay arte valedera.