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Acto II, Escena I
Macbeth solo.
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MACBETH: ¡Me parece estar viendo el puño de una daga vuelta hacia mí! ¡Ven a mis manos, puñal que toco aunque no veo! ¿O eres acaso sueño de mi delirante fantasía? Me pareces tan real como el que en mi mano resplandece. Tú me enseñas el arma y el camino. La cuchilla y el mango respiran ya sangre. ¡Vana ilusión! Es el crimen mismo el que me habla así. La Naturaleza reposa en nuestro hemisferio. Negros ensueños agitan al que ciñe real corona. Las brujas en su nefando sábado festejan a la pálida Hécate, y el escuálido homicidio, temeroso de los aullidos del lobo centinela suyo, camina con silencioso pie, como iba Tarquino a la mansión de la casta Lucrecia. ¡Tierra, no sientas el ruido de mis pies, no le adivines! ¡No pregonen tus piedras mi crimen! ¡Da tregua a los terrores de estas horas nocturnas! Pero, ¿a qué es detenerme en vanas palabras que hielan la acción? (óyese una campana.) ¡Ha llegado la hora! ¡Duncan, no oigas el tañido de esa campana, que me invita al crimen, y que te abre las puertas del cielo o del infierno! (sale.)