MEDEA in «Medea» III.

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    Acto IV

    Medea, sus hijos y el coro. 

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    21122789 21122789 XlMEDEA: ¡Oh hijos, hijos! ¡en adelante tendréis una ciudad, una morada en la que habitaréis para siempre sin mí, privados de vuestra madre! Y yo iré desterrada á otra tie­rra, antes de haber disfrutado de vosotros, de haberos visto felices, de haberos casado, de haber adornado vuestros lechos nupciales y á vuestras prometidas, y de haber encendido las antorchas para vosotros. ¡Oh! ¡qué desdichada soy por culpa de mi orgullo! ¡Oh hijos, os he criado en vano! ¡En vano me fatigué y consumí de preocupaciones, y sufrí los crueles dolo­res del parto! En verdad ¡infeliz de mí! que en otro tiempo ci­fré en vosotros grandes esperanzas de que me alimentarais en mi vejez, y después de muerta, me enterrarais con vuestras manos, deseo común á los hombres. ¡Y ahora ya no tiene razón, de ser tan grata esperanza! Porque arrastraré una vida triste y cruel, privada de vosotros. Y ya no veréis más con vuestros caros ojos a vuestra madre, y conoceréis otra existencia. ¡Ay, ay! ¿Por qué me miráis, hijos? ¿Por qué me sonreís con esa sonrisa suprema? ¡Ay! ¿Qué haré? Me desfallece el corazón, mujeres, al ver la mirada alegre de mis hijos. ¡No podré! ¡Ol­vídense mis anteriores propósitos! Sacaré de esta tierra á mis hijos. ¿Qué necesidad tengo de castigar con la desdicha de ellos a su padre, y de hacerme á mí misma tanto mal? ¡No, jamás lo haré! Renuncio á mis proyectos. Pero ¿voy á sufrir el verme convertida en motivo de escarnio dejando impunes á mis ene­migos? Hay que obrar. ¡Oh! ¡cuán cobarde soy por dejar que se apoderen de mi corazón estas flaquezas! Hijos, entrad en las moradas para que sufra quien no debe asistir á mis sacrifi­cios. No temblará mi mano. ¡Ah! ¡no hagas eso, corazón mío! ¡Deja á tus hijos, miserable! ¡Perdónalos! Allá te servirán de alegría, si viven. No, ¡por los vengadores subterráneos del Hades! jamás dejaré mis hijos á mis enemigos para que los ul­trajen. Es absolutamente necesario que mueran. Y puesto que es preciso, los mataré yo, que los he parido. Así está decidido y así se hará. Bien sé que ya se muere la prometida real, con la corona en la cabeza y vestida con el peplo. ¡Pero, puesto que emprendo esta senda funesta y voy á hacerles emprender un camino mucho más funesto, quiero ver á mis hijos una vez aún! Dad, ¡oh hijos! dad á vuestra madre vuestra mano á be­sar. ¡Oh mano queridísima, oh boca queridísima! ¡Presencia, noble rostro de mis hijos! ¡sed dichosos, pero allá! Aquí os arrebató la dicha vuestro padre. ¡Oh dulce abrazo, oh piel de­licada, oh dulcísimo aliento de mis hijos! ¡Idos, salid! no puedo veros por más tiempo, me rinden mis males. Sé el crimen que voy á cometer; pero mi cólera es más poderosa que mi volun­tad, y ella es la primer causante de males entre los hombres.

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