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Acto V, Escena II
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CATALINA:
¡Bah, bah! Desarrugad el ceño ése
Tan amenazador, tan iracundo,
Y no lancéis miradas desdeñosas,
Hiriendo a vuestros reyes y señores.
Aja vuestra belleza cual la escarcha
Seca el verdor del prado, y arruina
Vuestro buen nombre, como el cierzo abate,
Al rebramar, lindísimos capullos;
Y además, no está bien ni os corresponde.
Iracunda mujer es, como fuente
Que corre turbulenta y enfangada,
Sin beldad, repelente y sin encantos;
Y estando así, ni el hombre más sediento
De ella una gota beberá siquiera.
Es vuestro esposo el amo, es vuestra vida,
Es vuestro guardián, es vuestro jefe,
Es el rey vuestro. Tiene que cuidaros
Y manteneros. Él su cuerpo expone
Á los riesgos del mar y de la tierra,
Y soporta de noche la borrasca,
Y la nevada al despuntar el día,
Mientras estáis junto al hogar vosotras,
Abrigadas y a salvo, y no pretende
Recibir de vosotras más tributo
Que vuestro amor, un rostro placentero
Y sincera obediencia. Poca cosa
Para pagarles deuda tan crecida.
Lo que a su rey le debe su vasallo,
Eso debe una esposa a su marido.
Si es díscola, iracunda, dura y acre,
¿En qué se diferencia del rebelde
Y del traidor hacia su rey querido?
Avergüénzome yo de que debiendo
La mujer suplicar la paz de hinojos,
Necia, la guerra a proclamar aspire,
O desee poder, supremacía,
Y gobernar cuando servir le toca,
Y amar y obedecer. ¿Por qué motivo
Es nuestro cuerpo frágil, delicado,
Para la lucha de la vida impropio,
Sino porque es preciso que concuerden
Con organización tan deleznable
Carácter blando y corazón amable?
¡Venid, venid, gusanos impotentes!
Mi alma fue tan altiva cual la vuestra,
Tan audaz corazón también tenía,
Y aún más atrevimiento que vosotras
Para volver ofensa por ofensa,
Y a un ceño contestar con otro ceño.
Mas vi que son de caña nuestras lanzas;
Debilidad tan sólo nuestros bríos;
Y esa debilidad, incomparable,
Pues mientras más aparecer ansiamos,
Más débiles entonces nos mostramos.
Deponed vuestro orgullo, que es forzoso
El deponerlo siempre ante el esposo.
Cumplid obligaciones sacrosantas;
Las manos colocad bajo sus plantas.
Cumpliendo este deber, mi mano yace
Ahora a sus pies, si mi humildad le place.