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Acto V
Atenea con el coro.
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ATENEA: Nadie os ha menospreciado. No os irritéis tanto, oh diosas, ni vayáis a infestar de males sin remedio esta tierra habitación de los mortales. Por mi parte, cuento con el poder de Zeus, y ¿a qué decir más? Yo sola entre los dioses conozco las llaves del sellado tesoro donde se guarda el rayo. Pero nada de esto se necesita, pues, atenta a mis razones, no querrás tú arrojar sobre este suelo el fruto maléfico de tu lengua, del cual toda triste calamidad se engendrada. Calma las negras oleadas de tu amarga cólera, y aquí serás honrada y venerada; y aquí habitarás conmigo; y en natalicios e himeneos recibirás en ofrenda las primicias de esta dilatada comarca, y por siempre celebrarás mi consejo. [...] Tolero tus arrebatos porque tienes más años que yo. A no dudar, tú eres mucho más sabia, aunque también a mí me concedió Zeus no pensar del todo mal. Si marcháis a extrañas regiones, ya echareis de menos esta tierra; yo os lo predigo. Porque correrán los tiempos, y cada vez serán más gloriosos para mi pueblo. Y tendríais venerando altar junto al templo de Erecteo, y allí recibiríais de hombres y mujeres en las grandes fiestas honores cual de ningún otro mortal del mundo podríais obtener jamás... No arrojes, pues, en este suelo, que es mío, el aguijón sangriento de tus odios que corrompan las entrañas de -la juventud y la abrasen en furiosa ira, y sin vino la perturben y embriaguen. No siembres la discordia en el corazón de mis ciudadanos, porque no se empeñen entre sí como los gallos en impías y feroces luchas. La guerra... con el extranjero y no larga. Allí es donde el amor a la gloria es noble y generoso: ¡no se llame guerra a una riña de aves domésticas! Acepta lo que te ofrezco, que te está bien aceptarlo. Haz bien, y bien recibirás, y serás grandemente honrada, y poseerás conmigo esta tierra predilecta de los dioses.