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Acto IV
La Nodriza con el coro.
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NODRIZA: La que manda ha dado orden de llamar a Egisto, que venga cuanto antes a ver a los huéspedes para que hable con ellos y averigüe él mejor la nueva que traen. Delante de los criados ha puesto ella el rostro triste, queriendo ocultar la alegría que lo sucedido le causaba; pero mal de su grado la retozaba en los ojos. Bien le ha venido la nueva que le dieron los huéspedes; harto cierta, y para esta casa infelicísima que pone colmo a su desventura. Pues cuando lo oiga aquél y lo averigüe ¡cómo se le alegrará el alma! ¡Ay, desdichada de mí! ¡Cuántas terribles calamidades se conjuraron de antiguo contra la mansión de Aireo, y afligieron mi corazón; pero dolor como éste nunca jamás le padecí! Todos los otros males habían ido llevándolos en paciencia; pero mi Orestes, el dulce cuidado de mi alma, que de recién nacido le tomé de los brazos de su madre, y le crie; aquel cuyos lloros hacíanme levantar de noche, y andar paseándole sin cesar de un lado a otro... ¡Tantas incomodidades y fatigas; todo padecer en vano y sin fruto! Porque a un niño que no tiene uso de razón, fuerza es criarle como quien cría a una bestezuela. Y ¿cómo no? Conforme a lo que pide su condición. Un niño de mantillas nada dice; que tenga hambre; que tenga sed; que tenga ganas de orinar. Vientre de niño a nadie pide licencia. Sin duda ninguna, ya lo conocía yo; pero muchas veces me engañaba, y entonces había que ser lavandera de sus pañales. De esta suerte, el batanero y la nodriza tenían el mismo oficio. Entrambas cargas eché sobre mí al recibir el niño de su padre. Y ahora, ¡desdichada que yo soy! oigo que es muerto. Pero vamos en busca de ese hombre, que ha sido la perdición de esta casa. ¡Con qué gusto escuchará la nueva!